luna de miel


El inspector Fuentes se sacó el sombrero al entrar a la habitación. Había dos cintas amarillas advirtiendo sobre la prohibición en la entrada de la puerta: levantó una pierna y se agachó para pasar debajo de la más alta. Una mujer reposaba desnuda debajo de la cama con una cinta roja y un pompón alrededor del cuello. Entonces recordó cuando a su hermana le regalaron el gato siamés con una cinta idéntica que adornaba su pelaje.

-No se la aprietes Orlando, no va a respirar- dijo Alita.

-No pasa nada- contestó él –déjasela ahí a ver si aguanta.

Los dos bajaron a la sala de estar y se sentaron junto al árbol de Navidad para desenvolver regalos y olvidarse del gato que se estaba asfixiando arriba. Cuando Alita se distrajo Orlando subió en puntillas por las escaleras para ver si el animal seguía vivo.

-Antes de tener un gato en mi casa, prefiero que me maten- dijo el niño mirando a los ojos del animal que ya casi no resistía. Apretó un poco más la cinta y cuando estuvo seguro de que ya no respiraba, bajó tal como había subido y se mezcló entre los brazos y piernas que se reunían para fingir complacencia por regalos que en realidad no les habían gustado. Alita pasó llorando toda la noche cuando descubrió al gato muerto debajo de la cama. Los padres de Orlando comprendieron que había sino un accidente, una travesura de niños.

-¿Inspector?- una voz masculina lo llevó de regreso a la habitación del hotel- ¿no me diga que todavía se marea con estas escenas?

-No, estaba… perdón…

-Tenía veinte años- dijo el policía de turno –venía de luna de miel con su esposo, el esposo no aparece, tampoco ha regresado a su país, son de España.

-Luna de miel- anotó mentalmente el inspector mientras recorría la habitación procurando no mover las evidencias-. ¿Hora estimada de fallecimiento? ¿Causa de muerte?

-Paciencia inspector, todavía no se practica la autopsia- dijo uno de los forenses.

-Busque al esposo, es nuestro primer sospechoso, quiero interrogarlo, avise a inmigración y tráigame un informe sobre ella en media hora- ordenó el inspector Fuentes a su ayudante que esquivaba con cuidado las piernas de la joven que sobresalían del borde de la cama.

La noche anterior mientras revisaba las notas del último caso de asesinato de la isla, había pensado en Alita. Se acordó de cuando la vio por última vez, después de las fiestas de independencia, después de que ella le contara que había decidido casarse y él se había burlado.

-¿Con quién?-preguntó.

-No lo conoces- dijo ella- es un amigo de la oficina, ya tenemos algún tiempo juntos.

-Oye, este tipo no sabe en lo que se mete, ¿no?- agregó Orlando con sarcasmo.

-Ya, qué chistoso- Alita le dio un golpecito en el hombro y se paró para irse.

-Tú sabes que lo único que les interesa a todos tus novios es la plata. Es la verdad…

Alita lo miró desde el final de la habitación con el rostro desencajado, pero no dijo nada. Era un chica delgada, con senos y nalgas mezquinos, grandes orejas y una nariz aguileña que le colgaba desde una frente de tres dedos. Todos los hombres que se habían acostado con ella buscaban suerte en la fortuna de su padre. Ya se había casado con otros dos ambiciosos que terminaron encerrados por ladrones, gracias al buen trabajo de los abogados de Alita. Se quedó mirando a su hermano a los ojos por unos segundos y luego desapareció sin decir nada.

 

Al día siguiente cuando regresaron a la escena del crimen, llegó el informe de la autopsia donde señalaban que la hora aproximada de muerte había sido a las tres de la madrugada y que la víctima mostraba pruebas de estrangulación con la cinta que llevaba en el cuello. Del esposo aún no se sabía nada pero las autoridades seguía buscando. El inspector tuvo que conceder al asesino la astucia de haber estado en la escena del crimen sin dejar una sola pista.

-El tipo entró con los guantes puestos- comentó al ayudante –había una bolsa de guantes en la basura, es como si quería que supiéramos que los usó, cayó en obviedad.

-No es obviedad, talvez es parte del estilo. Mire el pompón… eso es la firma- señaló Páez, el ayudante que lo acompañaba.

-Sí claro, pero no hay evidencias. No hay. Necesito que encuentren al esposo… no podemos avanzar sin él.

A la mañana siguiente, un isleño llamó a avisar a las autoridades que había encontrado el cadáver de un hombre desnudo dentro de su barca “La Morenita”.

-Es el esposo, es el que estábamos buscando-dijo el inspector cuando llegó al muelle y reconoció al joven que había visto en fotos.

-Le dije que era la firma del tipo este, otro con pompón- Páez se acercó mientras los forenses intentaban fotografiar el cuerpo- tiene algo aquí en la frente.

-¡Con cuidado, no lo toques Páez!- el inspector Fuentes se acercó más a la frente del individuo y reconoció el escudo del anillo de su familia que hasta la noche anterior recordaba haber tenido en el dedo anular. Entonces vaciló- no se, parece la huella de un sello, no logro definir la forma- se dirigió al forense con la cámara- fíjate acá, traten de sacar un molde de la silueta de este sello y tomen un primero plano de la frente… eso, ahí.

 

Una vez que regresó a la estación, se encerró en su despacho con la lasaña fría y un té aromático. Revisó mentalmente el recorrido del día anterior y buscó en su memoria el paradero del anillo. Aquel anillo era inconfundible y lo vinculaba directamente con el crimen. Incluso empezó a dudar de su propia bondad y recordó que una vez, a los seis años, había sorprendido a Alita en mitad de la noche al levantarse sonámbulo.

-¿Quién es?- preguntó Alita. Pero Orlando estaba aun dormido y siguió caminando sin contestar en la oscuridad que no dejaba ver nada a la niña- ¡ya pues Orlando! No molestes, de verdad, me estás asustando.

Orlando seguía sin despertar pero escaló la litera de la hermana para acomodarse en la cama de arriba. Alita no pudo dormir en toda la noche pensando que un fantasma se le había metido en el cuarto. Cuando Orlando despertó se preocupó al verse en la cama de la hermana, acusó a Alita de perseguidora y dejó de hablarle por un mes, pero nunca recordó cómo había llegado hasta allí arriba.

El anillo del inspector apareció en el cajón de su escritorio pero tampoco se acordaba de haberlo dejado ahí. Cuando se hizo más tarde, estuvieron recorriendo el sector del Fortín para recoger posibles testigos, algún guardia de la noche, un pescador o alguien que les pudiera dar más pistas sobre el asesino de los novios. El celular le vibró en el bolsillo del pecho y el inspector hizo señas a Páez para que se adelantara con la investigación.

-¿Hola?

Silencio.

-¿Hola…?

-Hola,- dijo una voz femenina perturbadoramente familiar- soy yo Orlando, Alita,- se detuvo y no dijo nada por un buen rato- sólo te quería decir que estoy en la ciudad- la línea se cortó del otro lado y el inspector quedó suspenso a mitad del muelle con el pensamiento fijo en la última mirada que le había propinado su hermana hace cuatro años cuando la vio por última vez.

Como asunto personal, pidió que rastrearan la llamada que había recibido. Descubrió que Alita había llamado de un teléfono público a sólo dos cuadras del muelle donde estaban Paéz y él.

-Llegaron los forenses con un pedazo de cerámica, una pasta asquerosa- avisó el ayudante y un tipo moreno de alta estatura, con barba en forma de eme, entró a la oficina del inspector.

-Tenemos el molde del sello que impactó la frente de la víctima. Este también murió asfixiado- explicó mientras sacaba algunas fotos de un sobre manila y señalaba- este es el molde- y le entregó un diminuta escultura de cerámica.

-¿Encontraron residuos de algún material?

-Parece ser metal; oro o plata, pero no quedaron residuos. Tengo la impresión de que es el escudo de un anillo, es un escudo, ¿si ve? Parecen culebras, o banderines, pero es un escudo, talvez de esos grandes que les dan a los graduados; mi hermano tenía uno así- dijo el forense.

-Veamos… por la forma y el tamaño parece ser como dices. Pero… sería interesante identificar a qué escudo corresponde- dijo el inspector.

-A mí se me parece al escudo de su anillo, inspector- dijo Paéz. El inspector levantó una ceja fingiendo estar sorprendido y se llevó los dedos hasta su anular desnudo.

-¿Mi anillo?

Todos en la estación habían hecho burla alguna vez sobre su enorme anillo, pues parecía ostentar algún título de nobleza con el que él nunca se quiso vincular. El anillo era bien conocido por los investigadores. Para quedar libre de sospecha lo dejó dos metros bajo tierra en el fondo del jardín de su casa.

Durante tres meses no hubo ningún avance sobre el caso, hasta que apareció otro cadáver en el jardín botánico de la ciudad. Era una jovencita de la comunidad, con cinta y  pompón alrededor del cuello, ahogada en el estanque de los peces ornamentales. Entonces el inspector recordó el hámster de Alita ahogado en la piscina plástica. En el dedo pulgar, la joven tenía el anillo que el inspector Fuentes reconoció inmediatamente, y salió corriendo a buscarlo en el jardín de su casa. En la puerta de entrada había un sobre con su apodo de niño, escrito en letras negras y mayúsculas.

En el patio, un pequeño pompón rojo descansaba sobre el agujero donde había enterrado alguna vez el anillo. Se remangó la camisa hasta los codos y escarbó desesperado entre los restos del césped muerto. En el fondo del agujero había otro pompón.

Cuando salió de la casa recogió la carta de la entrada y reconoció en el interior la caligrafía manuscrita de Alita que decía: “Eso es por lo que ya sabes. Lo del anillo es un regalo. Si me entregas; te entregas. Alita”.

En el auto el aire acondicionado había quedado encendido y el inspector se subió el cierre de la chompa. Paéz se subió entusiasmado para contarle que un viejo pescador de la bahía había confesado por el asesinato de las tres víctimas. El inspector rió ante la coincidencia y tomó nota en su agenda: las pistas están en el pasado. Luego sacó el sobre de su bolsillo, le prendió fuego con un encendedor y lo arrojó por la ventana.

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Despiértate y anda.

Es esta la primera entrada de un blog que se engendra casi por inercia. No hay un motivo particular para gestarse, solo una vaga iniciativa que se despierta con el interés de desembocar en algo más.

Por el gusto de escribir. Escribir lo que no se dice. A mi juicio, la palabra escrita tiene más belleza estética que la pronunciada (depende de la voz, claro). Son tantas las palabras que dejamos de decir a cada minuto, a cada segundo, en nuestra vida cotidiana, que vale la pena desperdiciar un fragmento del día para darles cabida a ellas: las palabras no nacidas.

Los morfemas se irán juntando para formar palabras y acaso hacer eco (como fonemas mentales) en la cabeza de algún ciberlector que se interese por lo que aquí se tenga que decir. Informes, mis palabras empiezan bostezando sin saber qué depara la aventura de la virtualidad. Acaso algunas fotografías, videos o frases logren darle un sentido más trascendental.

Esto es apenas el comienzo, el amanecer de un blog que se despoja de un pijama de cebra que sacó del cajón de la ropa limpia.

Se coloca un par de calcetines, luego la ropa interior, se detiene frente al espejo y por un instante imagina que es un vampiro porque parece no tener reflejo. La habitación está a oscuras porque los blind outs siguen corridos. Talvez más tarde cuando abra las cortinas encontrará algo más que contar; cuando él (el blog) descubra las paredes de la habitación, los muebles que la decoran, las palabras que allí se pronuncian y los pensamientos que se callan.

Empieza a germinar. Pido permiso para fecudar con cautela y meticulosidad esta primera aproximación al universo de lo digital como un exorcista de la subjetividad.

Bienvenu

Un espacio privado para compartir con lectores invisibles.