Juguemos al cíclope

En la sala de espera del médico, en el carro para movernos de norte a sur, frente al computador cuando la memoria RAM esta al borde del suicidio o cuando en la cama el sueño no nos deja dormir; no hace falta malgastar el tiempo. En lugar de agarrar la primera revista que esté al alcance, escuchar y tararear la última canción de reggaeton que suena en la radio, ir a dar una vuelta y conversar con los colegas o contar ovejas que saltan cercas, es preferible agarrar el celular –con conexión a Internet-. No para jugar Tetrix, Brick, o revisar el último update de los contactos de Facebook, sino para leer algún cuento. Aunque las letras son más pequeñas y a los ojos les costará un gran esfuerzo, puede ser una alternativa entretenida para quienes disfrutamos de la literatura (en cualquier momento y contexto). Solo hace falta googlear el título o autor de nuestro interés. Por ejemplo: cuentos Julio Cortázar, cuentos Juan Rulfo, cuentos César Aira, cuentos Juan Carlos Onetti, cuentos...

Anoche –precisamente sufriendo de insomnio- se me ocurrió releer por vigésima quinta vez (en realidad no he llevado la cuenta) el capítulo número siete de Rayuela, capítulo que digerí incluso antes de devorar la novela completa. Y en ese fragmento reviví a Oliveira y a la Maga y reviví a Cortázar, y en cada relectura creo que soy capaz de encontrar una nueva imagen que golpea con más fuerza, más de cerca. En esta oportunidad la visión de los cíclopes se clavó hasta que por fin conseguí dormir, no sin antes leer algún cuento del maestro, La isla a mediodía, que también recomiendo leer –para aquellos que no lo conozcan-.

Hago un copy-paste del capítulo siete –seguramente muchos ya lo conocen casi de memoria-, para ver qué nuevas imágenes les trae a ustedes.



Yo-cíclope
Capítulo 7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Rayuela, Julio Cortázar

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