Estación Catedral

Aquella mañana, entre las calles Boyacá y Aguirre, mientras aguardaba la llegada de la metrovía, pensaba en ella. Sabía que aparecería en cualquier momento. ¿Pero qué le diría? ¿Los temblores en mi estómago me dejarían hablar? No quería que los nervios me llevaran a la mentira a la que suelo recurrir cada que el estómago empieza a verbalizar un idioma cetáceo. Una por una se van colocando sobre mis muelas y saltan hasta la punta de la lengua (las mentiras). Si no logro escupirlas antes de que tomen cuerpo, me veo obligado a escapar de la conversación con alguna excusa sobre el trabajo o mi hija que está enferma en casa y, a su vez, esas son otras mentiras. No hay placer en mis narrativas inverosímiles pero he llegado a convertirlas en una especie de muletilla, de preámbulo que si no es controlado puede tomar el cuerpo de mi propio discurso. Lo usurpa y la gente se cansa de escucharme mentir porque solo se necesita un dedo de frente para descubrir la mentira que se asoma detrás de la lengua. Echan los ojos para atrás, a veces sueltan un bostezo y entonces sé que he perdido la atención de mi interlocutor. Y en ese preciso momento es cuando cobra más fuerza la lengua que se mueve vertiginosamente acariciando encías, dientes y muelas. Y no para.
Temía que mi estómago empezara a hablar en cetáceo y que poseyeran a mi boca las mentiras justo cuando ella iba a aparecer. Y apareció cuando el autobús que acababa de estacionarse avanzaba para descubrir a los nuevos pasajeros que se habían bajado en la estación Catedral. Tenía un lazo verde en el cabello y unas botas que le combinaban y el vestido era llano con un bordado de nido de abeja sobre le pecho y los lentes redondos con un marco nacarado, eran grandes y redondos y destacaban sus ojos negros. Una mueca le apareció en los labios al dar un paso hacía atrás para salir en busca del extraño que le había hablado por teléfono y prometido encontrarla a tiempo porque las estaciones eran peligrosas. Ese extraño temía que vieran linda y que algún degenerado quisiera seducirla con esos chupetes rojos con cabeza de Miquimaus, estrategia infalible para convencerla de que se fuera a la cama, para que durmiera y dejara en paz a su madre con el otro hombre que se materializaba todas las noches en la cama, en la cama que estaba junto a la suya porque solo había una habitación, un solo ambiente para la cocina, la sala y los cuartos. Y el chupete colorado le hacía dar sueño. Y el otro hombre no era su padre pero siempre llegaba a casa con esas cajas repletas de golosinas que repartía entre los chicos del vecindario cada vez que se asomaban para molestarlo a él a y la madre cuando se envolvían con las sábanas para ver el fútbol. Y el fútbol duraba hasta altas horas de la madrugada pero ella no podía saber cómo iba el partido porque siempre tenían la pantalla vuelta hacia la pared y solo ellos podían mirar y el volumen estaba bajo y entonces quedaba únicamente el lamento de la madre y del hombre materializado. La materialización se volvía cada vez más recurrente hasta que lo cambió por otro, y ese no llevaba chupetes sino muchines y ella igual se los comía porque los acompañaban con miel de abeja y todo lo que fuera dulce le gustaba hasta que le descubrieron la diabetes y entonces la madre le dijo que no podía probar bocado de azúcar. La niña lo resolvía ahorrando de centavo en centavo para luego marchar hasta la despensa de la esquina y comprar una libra de azúcar que se iba metiendo en la boca de a puñados y en la noche no podía dormir y las hormigas le dejaban ronchas en la entrepierna cada vez que mojaba la cama. Y como no podía dormir escuchaba al hombre de los muchines que imitaba a una cabra enfurecida y olía al perfume de otras mujeres que probablemente lo esperaban en otras camas que tenían más camas al lado y a otros niños o niñas ocultos bajo las sábanas suplicando al sueño que se los llevara.
El sueño era traicionero y entonces quien se los llevaba era el llanto y los de la cama de al lado se ponían de pie con un látigo de cuero de vaca en la mano, sí, todavía los usan, aunque para esos propósitos cualquier herramienta es útil. Pero la niña había hablado con el extraño y él se preocupaba por ella preguntado por la escuela, pero ella no iba a la escuela porque la criaron en el desinterés, en la condición de inservible, de inútil e ignorante, de vagabunda que tiene amigos para el día pero que en la noches debe volver a la habitación compartida para rogarle al sueño, para prenderle velitas a los santos. La abuela decía que los santos hacían favores, pero debía tener cuidado porque la madre se enojaba si había fuego en la casa. Las encendía justo cuando ellos habían terminado de acurrucarse en el silencio y en el privilegio del sueño que ella no conocía, o que apenas probaba en los cortos espacios de silencio que ocurrían. Cuando la vela se encendía ya no sabía a qué santo rezarle porque no conocía a ninguno, solo conocía a santos en plural y los invocaba en su intento desesperado de recuperar el silencio prolongado y el sueño pueril que hacia tanto había abandonado. Ella no iba a la escuela porque no era importante, porque a veces aprovechaba los días para convertirlos en noches con otros niños que buscaban el sueño en los patios de casas abandonadas y que usaban mantas oscuras para imitar la penumbra y con eso se cubrían las cabezas. Pronto llegaba el calor que los obligaba a descubrirse y el sueño era interrumpido por el bochorno y el bochorno calmado con una zambullida en las aguas que les habían prohibido meter a la boca pero que de todos modos saboreaban cuando salpicaban risas pasajeras y juegos que los adultos acallaban para seguir viendo el futbol, para charlar con las comadres; porque les fastidiaba el escándalo, el calor y también la vida. Una buena vida era lo que le había prometido el extraño pero era demasiado temprano para que le hablaran a ella en un lenguaje conceptual, pero sonaba bien y la animaban los planes de los que la madre no se enteraba. Y ese día se había puesto el vestido pálido con el bordado en el pecho y los lentes nacarados, que en realidad no eran necesarios pero que resaltaban sus ojos. Los había conseguido de segunda mano y le gustaban porque le daban la apariencia de una infanta intelectual, pero ella no sabía lo que era eso, se lo había dicho el vecino que era letrado e intelectual, y a ella le hubiera gustado parecerse a él y a su familia que no hacía ruidos ni compartía cuartos ni veía el fútbol hasta la madrugada. Esa madrugada se había dispuesto a no dormir y cuando estuvo a punto de vestirse y abultar sus cosas en una bolsa de plástico negro recordó que más valía que les encendiera una vela a los santos en plural para que le hicieran el favor. Como la madre y el hombre de los muchines estaban dormidos se acurrucó para orar y en la esquina junto a su cama encendió la vela hasta que, sin querer, se quedó dormida. Fue un sueño corto y profundo que fue interrumpido por un sobresalto. Ellos seguían dormidos con la vela encendida cerca, y cuando las primeras chispas cayeron sobre lo que había sido su cama, almohada y sábanas, la niña ya estaba con un pie en el primer escalón del autobús, entregando al conductor sus veinticinco centavos ahorrados. En el trayecto sintió miedo, sintió terror por las miradas masculinas que la persiguieron y las femeninas que le señalaron el bordado de nido de abeja mientras sonreían y ella pensaba, viejas morbosas y mironas y les volteó la cabeza para fijar su par de ojos sobre otros en los que logró reconocerse. En la estación Catedral no tuvo necesidad de caminar hacia el extraño, que era yo, porque ya me iba acercado en silencio, aguardando a que mi estómago se callara, y se calló y no tuve oportunidad de decirle nada porque ella se quedó dormida mientras iba caminando de mi mano, mientras cruzaba la calle y mientras tomábamos helado, se quedó dormida caminando y durmió todo el día, toda la semana, todo el mes.

El hombre sin cabeza

Qué hace un par de ojos, una nariz, una boca, unos pómulos, un mentón, unas orejas… de qué sirve la cabeza (en sentido literal). No el cerebro. No. Aunque es una expresión a la que solemos recurrir con frecuencia: “usar la cabeza”. Para qué. De qué sirve. Define identidad. Construye a la persona.

Pero qué es la persona (si el latín nos dice que persona significa máscara).

Cada cara (y cabeza): una máscara.

Les dejo un cortometraje que -en mi opinión- viene a cuestionar lo que define nuestra identidad y (talvez) el valor de la “persona”.

Título: L'homme sans tete (El hombre sin cabeza) / Director: Juan Diego Solanas 

País: Francia / Año: 2003






Bodas

La novia se hizo virgen después del matrimonio. Tras conocerse a través de parientes en común llevaron un noviazgo de siete años que estuvo repleto de encuentros en moteles de lujo –que ella pagaba- porque los padres de él no aprobaban la relación.

Ella esperaba a que él terminara las tareas de física (siempre lo asistía un tutor) para ir a recogerlo. Él tenía dieciséis años y le decía a sus padres que a las seis de la tarde se iba a las reuniones con el club de periodismo. Mentira. Después de saltar la cerca se trepaba en el auto de ella. Regresaba a casa a las diez menos cuarto, como niño bueno de colegio que seguía siendo. Y así entraba al motel, uniformado de blanco y gris con un escudo en el pecho, y los empleados se escandalizaban temiendo un incesto.

Ella lo recogía tras salir de la ofician, era ejecutiva de cuentas de una agencia de publicidad a la que había entrado hace diez años como pasante. Ejecutiva ejemplar, como era, se había convertido en la predilecta de los clientes, sobre todo de algunos hombres de negocios que, en las noches en que al joven le limitaban los permisos, le aumentaban a ella la suma total de sus ingresos mensuales.

La novia se hizo virgen el día del matrimonio, frente al altar cuando le juró su amor en la pobreza y en la enfermedad. Le dijo no puedo más, ya estoy vieja, me da lo mismo si te haces de putas pero alguien se va a tener que hacer cargo de mí. Pocos años después él tuvo otro matrimonio (no oficializado) porque acabó por enamorarse de la hija de la novia (no reconocida) que había vivido toda su infancia y adolescencia junto el padre quien había muerto intempestivamente y entonces madre e hija (completas desconocidas) debieron reencontrarse por obligación, porque la ley y sangre las llamaban.

Él se hizo de putas y de la hija (todos se conocían entre ellos y se llevaban muy bien). La novia quedó virgen hasta que murió y nunca nadie más se atrevió a tocarla (o por lo menos eso decían). Él se hizo viudo, se zafó de las putas y de adúltero pasó a ser un abnegado esposo (la chica nunca pudo tener hijos) y en sus últimos días fue un casto filántropo. La muerte le arrebató a la hija de la novia tras un cáncer fulminante y eso lo dejó devastado. Hoy ya él también está muerto y en los altares le rezan y aguardan su canonización.

Zapatos

NN: ¡Pero mira esa cara de zapato de secundaria! Si no fuera por los tacos…

BN: Tútienes cara de nada.Eres un negro muy convencional… Aburrido.

NN: La personalidad de un zapato no tiene que ver con la apariencia sino con el uso.

BN:[Agacha la punta del zapato para demostrar su preocupación] Yo tengo cara de zapato de secundaria pero no me llevan a la secundaria. Mi apariencia poco ordinaria seguro atrae más miradas que la tuya, pero no puedo hablar de uso. De eso sé muy poco.

NN: ¿Y adónde te han llevado?

BN: Lo que hace un zapato solo lo debe saber su suela y su dueño.

NN: [Silencio] Ni modo. Me parece que eres un zapato interesante, si fuera zapato de hombre, creo que me iría contigo.

BN: ¿Y no decías que tengo cara de zapato de secundaria?

NN: Sí, pero nunca dije que eso fuera algo malo.

BN: Sonó así.

NN: ¿Te sacan a bailar seguido?

BN: No, es mi primera noche. Justo porque la gente dice que tengo cara de zapato de secundaria estas piernas no se atreven sacarme. Es mi primera noche afuera.

NN: Es una noche especial entonces.

BN: No lo sé. Creo que estas son unas malas piernas. Los otros zapatos del armario nunca cuentan nada interesante cuando llegan de la calle.

NN: Y eso qué...

BN: Que yo debería ser quien ponga el ejemplo con una buena anécdota. [Pausa] Y a ti, ¿por lo que cuentas seguro te sacancon frecuencia?

NN: Bastante seguido, pero como tú dijiste soy un zapato negro ordinario. Esta será otra de las tantas noches ordinarias… [Suspiró.] Sin eventos extraordinarios.

BN:La verdad yo no he pisado mucho pero soy de la idea de que los zapatos ponemos un toque. Aunque en el fondo… [los zapatos se recogen para atrás] todo depende de estos estúpidos pies y piernas, o sea, del dueño, comprardor, dígase como quiera.

NN: Ya lo he pensado y tienes razón. Eso me deja mucho que desear, quizás en un mercado de pulgas me va mejor.

BN: [Silencio] Lo siento mucho por ti. Qué poco esperas de la vida.

NN: [Levanta ligeramente los dos tacos en un gesto que equivale a levantar los hombros] Bueno, ahora cuéntame, ¿tú de dónde eres?

BN: [Sacudiendo la zuela] Yo vengo de París, de Place Vendome.

NN: Guapo… Pues yo soy de una tienda de chinos. Ya veo que eres de los extranjeros, pero sin acento. ¿Te criaron aquí?

BN: Ajá.

NN: Yo digo que te deberían sacar más provecho.

BN: Ya veré después de esta noche. Es mi primera vez. Ojalá estas piernas me dejaran olvidada en alguna casa para conocer a otro par de zapatos de otras piernas que no sean estas.

NN: Yo ya he estado en otras casas, fuera de la mía. No te pierdes de mucho. Por lo general como eres del sexo pero no de la calidad apropiada te dejan arrinconado en la habitación hasta que tu dueña regresa por ti. Y eso puede tardar semanas, meses o incluso puedes no regresar nunca.

BN: Mejor. Talvez así encuentro nuevaspiernas en lugar de ir a parar a un mercado de pulgas.

NN: No te creas. Yo conozco a algunos zapatos que vienen de mercados de pulgas y me han contado que les va mejor siendo de segunda mano que de primera.

BN:¿Hablas en serio? ¡Qué poca dignidad!Preferiría que me arranquen la suela.

Somniloquio

Conversaba con ella que estaba dormida. Tenía la costumbre; no, la costumbre es conciente -y conveniente para quien la posee-. Entonces el hábito, tampoco. Lo hacía con frecuencia, eso era todo. Ella hablaba durante sus sueños, nada extraordinario, pero lo curioso ocurrió una noche, más bien la otra chica lo descubrió una noche en particular, porque ese hecho curioso siempre había existido pero nadie le había sacado provecho. Hacia dos horas que se había quedado dormida mientras la otra (la despierta) se pintaba las uñas con esmalte púrpura. La televisión seguía encendida con Al Pacino en la pantalla diciendo ‘say hello to my little friend’, pero ninguna de la dos se había entusiasmado con la euforia del personaje. La dormida porque se había quedado dormida antes de que empezara la película y la despierta porque antes de pintarse había estado hablándole al teléfono.

Algunas personas se estremecen durante los sueños, patean las sábanas dejando el torso descubierto y, mientras fruncen el seño empiezan a pronunciar –en algunos casos es un simple balbuceo- palabras que viajan directamente desde el universo onírico hasta la boca del soñante. Una vez que el soñante se convierte en un hablante estúpido y sonámbulo que murmura por las noches, lo más probable es que sea objeto de reclamos o de burlas: tápate la boca, estás hablando, no me dejas dormir, qué dijiste, que la peluquera se retrasó, qué hablas… Y entonces llegan las risas, y el soñante se despierta y acaba por reconocer la posición ridícula que le ha tocado asumir. El problema es que hay un línea delgada que separa al habla soñante del habla conciente y, por desgracia, casi nunca están conectadas, es decir, la primera no sabe de la existencia de la otra y viceversa. Por eso, son pocas las veces que el soñante recuerda las palabras dichas durante el sueño. Inclusive, algunos entran en negación: qué dije qué cosa, no, estás loco, en serio, eso no dije, no, no te creo…

La dormida había sido, en repetidas ocasiones, objeto de burla de la despierta quien sufría de insomnio y, para su fortuna, era muda durante los sueños. Todas las noches la dormida llevaba a cabo su rutina: pateaba las sábanas, el torso le quedaba descubierto, movía lentamente la cabeza de izquierda a derecha y luego decía cosas sin sentido aparente: no, el zorro está atrás del arbolito de navidad bailando salsa. Qué dijiste, preguntaba la despierta. Que el zorro está escondido atrás del arbolito de navidad, contestaba la dormida. La despierta meditaba sobre lo que iba a decir a continuación: y qué hace ahí el zorro. No sé, yo creo que es la mascota del vecino. Cuando la despierta reía, los ojos de la dormida quedaban entreabiertos y no decía nada hasta que, después de unos segundos, volvían a cerrarse por completo. La despierta se acomodaba en su cama con una novela de Coelho –posiblemente recomendada-. No se enganchaba con la lectura, no se enganchaba con la televisión ni con internet. No tenía una vida social muy activa y a esas horas era muy tarde para llamar a una amiga, entonces por inercia pasaba las páginas en un ejercicio de lectura incomprensiva. La dormida retomaba: Y nos tomamos unos tragos en la casa de tu primo. ¿De quién?, preguntaba la despierta. De tu primo Esteban, las sábanas estaban a punto de caer al piso. Yo no tengo ningún primo Esteban. ¿De quién es esa voz?, la dormida hablaba con la cara vuelta hacia la pared. Mía, decía la despierta. Quién eres tú, dónde estás. A la despierta no le interesaba sacar mayor provecho de esos diálogos reales-oníricos que apenas se iniciaban –no les veía potencial- y entonces soltaba alguna carcajada en volumen alto que le ponía fin al sueño de la dormida. Ella abría los ojos abruptos y se quedaba viendo a la despierta que seguía risueña y mirándola sorprendida. ¿Qué paso? No sé, contestaba, creo que estabas soñando y empezaste a hablar, me voy a dormir, hasta mañana.

 

Nos está siguiendo, dijo la dormida en la noche del hallazgo. ¿Quién?, preguntó la despierta interrumpiendo una nueva sesión de manicure. No sé es un tipo vestido de negro, se quedó allá en la tienda, seguramente la dormida habría señalado discretamente en el sueño. Pero tú donde estás, preguntó la despierta. Aquí frente a la peluquería, ¿no me ves? No, no te veo, respondió mientras tapaba el frasquito de esmalte. Pero quién eres tú, solo te escucho la voz, no te veo, dónde estás. No me vas a ver, no importa, yo estoy en el techo. Qué voy a hacer, ¡nos está persiguiendo! Y tú con quien estás, no veo a la otra persona. Es mi hermano está allá en la esquina, la dormida tenía miedo en el sueño y en la cama se retorcía con una mueca en la cara. Creo que vamos a seguir caminando, ¿tú vienes?, preguntó la dormida a la voz de la despierta. Si yo los sigo, rió apenas, desde acá arriba. Gracias, entonces la dormida empezó a caminar en el sueño y por un rato se quedó callada. Justo antes de que la despierta volviera al esmalte la dormida la llamó: sigues ahí. Sí. No te vayas por favor, mi hermano y yo no sabemos para dónde ir y el tipo nos está siguiendo otra vez, capaz tu que ves desde arriba nos indicas mejor. Por donde están, la despierta empezó a hacerse su propia escena de thriller, ya no los veo. Se puso de pie con cuidado de no despertarla y se acuclilló junto a la cama. En una calle oscura pero al fondo se ve una boca en inmensa de luz, yo creo que es una iglesia. Anda para allá entonces, pero no corras. Oye, mi hermano dice que no te escucha, ¿por qué yo si te escucho? No sé capaz que el se está quedando sordo, por dónde van. Hay muchos carros negros y en los portales se ven unos crucifijos patas arriba, espérate, mi hermano ya no está. Cómo es tu hermano a ver si lo encuentro. Está vestido de celeste con una gorra verde, creo. ¿Lo ves? No, no lo veo, pero tú sigue no más, ¿el tipo sigue atrás tuyo? Sí, ¡y si se llevó a mi hermano! Por lo menos tú sálvate, esta vez la risa venía con más fuerza. Oye me parece que la boca de luz se está alejando cada vez más. No, es tu idea, cada vez estamos más cerca, sigue avanzando, yo te alcanzo cuando llegues a la boca de luz. ¡Qué!, ¿ya te vas? No yo sigo aquí no puedo ir a ningún lado, en verdad estoy al lado tuyo, tu sigue no más. Bueno, dijo la dormida, no quiero mirar atrás, me da miedo que el tipo esté más cerca. No mires, avanza. Los pies de la dormida empezaron a sacudirse por encima de la sábana y la boca le quedó entreabierta pero ya no decía nada. Oye, llamó la despierta, ¿sigues avanzando? Sí, pero siento los pasos cerquita, ahora susurraba, no me hagas hablar, se va a dar cuenta de que estoy hablando con alguien. Está bien, pero dime cuando llegues a la boca de luz. La despierta empezó a menar la mano y soplarse las uñas para secarse el esmalte. Oye esta boca de luz es un centro comercial gigante, el tipo se fue, ya no lo veo. ¿Qué tiendas hay?, preguntó la despierta pero tuvo que esperar un rato más hasta que le contestara. No sé, me metí en una de ropa deportiva, hay unos tipos con caretas de Correa que andan disparando metralletas con globos que parecen de agua pero en verdad es veneno, yo creo que matan. ¿Estas segura?, por poco se le escapa la carcajada. Son unas caretas de Correa. Pausa. Oye creo que sí vi una capilla al fondo del edificio, pero está muy lejos, no puedo llegar. Tienes que llegar, le dijo, creo que esa es la salida, no hay más puertas. ¿Y tú como sabes?, inquirió la dormida. Hazme caso, vamos corriendo. Silencio. Silencio. Por un rato dejaron de hablar. La dormida se rascó la naríz y esta vez le temblaba un poco la mano. ¿Sigues en el centro comercial? ¡Sh!, me acaban de coger los tipos de las caretas, me encerraron con mi hermano en una bodega, espérate que ahí vienen. 

La despierta aguardaba mientras veía como el esmalte concho de vino se iba secando sobre los dedos que había alcanzado a pintar. Qué haces ahí, preguntó la dormida que se había despertado y encontró a la despierta acuclillada junto a su cama. Tenía los ojos abiertos como dos platos y se había incorporado en la cama. La despierta miró debajo de la cama para fingir, se me rodó el esmalte debajo de la cama, ¿te pasa algo? Tuve una pesadilla horrible pero por suerte me desperté en la peor parte, dijo. Sí, y estabas hablando dormida. Me cortaste en la mejor parte.


*De acuerdo con la psiquiatría, un somniloquio es un trastorno del sueño que se caracteriza por la emisión de palabras, vocablos o frases cortas poco inteligibles durante el sueño nocturno sin el conocimiento del sujeto. Adj. somnílocuo, cua

Juguemos al cíclope

En la sala de espera del médico, en el carro para movernos de norte a sur, frente al computador cuando la memoria RAM esta al borde del suicidio o cuando en la cama el sueño no nos deja dormir; no hace falta malgastar el tiempo. En lugar de agarrar la primera revista que esté al alcance, escuchar y tararear la última canción de reggaeton que suena en la radio, ir a dar una vuelta y conversar con los colegas o contar ovejas que saltan cercas, es preferible agarrar el celular –con conexión a Internet-. No para jugar Tetrix, Brick, o revisar el último update de los contactos de Facebook, sino para leer algún cuento. Aunque las letras son más pequeñas y a los ojos les costará un gran esfuerzo, puede ser una alternativa entretenida para quienes disfrutamos de la literatura (en cualquier momento y contexto). Solo hace falta googlear el título o autor de nuestro interés. Por ejemplo: cuentos Julio Cortázar, cuentos Juan Rulfo, cuentos César Aira, cuentos Juan Carlos Onetti, cuentos...

Anoche –precisamente sufriendo de insomnio- se me ocurrió releer por vigésima quinta vez (en realidad no he llevado la cuenta) el capítulo número siete de Rayuela, capítulo que digerí incluso antes de devorar la novela completa. Y en ese fragmento reviví a Oliveira y a la Maga y reviví a Cortázar, y en cada relectura creo que soy capaz de encontrar una nueva imagen que golpea con más fuerza, más de cerca. En esta oportunidad la visión de los cíclopes se clavó hasta que por fin conseguí dormir, no sin antes leer algún cuento del maestro, La isla a mediodía, que también recomiendo leer –para aquellos que no lo conozcan-.

Hago un copy-paste del capítulo siete –seguramente muchos ya lo conocen casi de memoria-, para ver qué nuevas imágenes les trae a ustedes.



Yo-cíclope
Capítulo 7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Rayuela, Julio Cortázar

Tampico

Tras años de haber cortado relaciones con cualquier programa de Adobe (antes me defendía bastante bien con el Photoshop e Illustrator), me he dado licencia para experimentar con ellos una vez más, pero esta vez en un intento de combinar a las palabras con el componente visual. 

En vivo y directo, desde la cotidianidad
A las 11h00 de un día laborable suelo escapar de mi escritorio para dar una vuelta, estirar las piernas, comer un pan, tomar un Tampico... Un Tampico, justo hoy se me ocurrió arrancar y escanear la etiqueta.

Aquí está el resultado de mi primer experimento -que por cierto es bastante artesanal, en términos photoshopistas-.

Haz clic para agrandar la imagen.

God can be so hilarious

Hace algunos meses llegue a conocer -por puro azar- a Regina Spektor (mitad rusa, mitad americana), intérprete y compositora que, a mi juicio, sabe lucirse en el piano y tiene una increíble capacidad para reinventarse. Prueba de ello son sus producciones Soviet Kitsch y Begin To Hope

Talvez algunos recuerden Fidelity -el video aparecía siempre en Sony- que es uno de sus temas más comerciales, pero yo la conocí a través de Après Moi, una melodía dramática y oscura que aparece en este video de YouTube... 


Laughing With, Eet, Two Birds, The Calculation y One More Time With Feeling son algunas de las canciones que más he disfrutado tras escuchar el último álbum de Regina, Far, que se lanzó en junio de este año. Las pueden escuchar en el playlist que viene a continuación y a mi selección se suma un fragmento de la letra de Laughing With, uno de los primeros sencillos y que está bastante mejor lograda que cualquier cancioncilla melosa y romántica...

No one laughs at God in a hospital / No one laughs at God in a war / No one’s laughing at God / When they’re starving or freezing or so very poor

No one laughs at God / When the doctor calls after some routine tests / No one’s laughing at God / When it’s gotten real late  / And their kid’s not back from the party yet

No one laughs at God / When their airplane start to uncontrollably shake / No one’s laughing at God / When they see the one they love, hand in hand with someone else / And they hope that they’re mistaken

No one laughs at God / When the cops knock on their door / And they say we got some bad news, sir / No one’s laughing at God / When there’s a famine or fire or flood

But God can be funny / At a cocktail party when listening to a good God-themed joke / Or when the crazies say He hates us / And they get so red in the head you think they’re ‘bout to choke / 

God can be funny / When told he’ll give you money if you just pray the right way / And when presented like a genie who does magic like Houdini / Or grants wishes like Jiminy Cricket and Santa Claus / God can be so hilarious  / Ha ha

No one laughs at God in a hospital / No one laughs at God in a war / No one’s laughing at God / When they’ve lost all they’ve got / And they don’t know what for / No one laughs at God on the day they realize / That the last sight they’ll ever see is a pair of hateful eyes / No one’s laughing at God when they’re saying their goodbyes

No one’s laughing at God / We’re all laughing with God

Laughing With, Regina Spektor 

Theonion.com


Vale la pena visitar este sitio: un medio de comunicación ficticio (inicia con una versión impresa como tabloide) cuyas noticias son falsas pero, en esas mentiras inocentes se descubren algunas visiones críticas frente a la sociedad.

Los redactores de The Onion se apropian de elementos de la realidad para construir noticias que conjugan creatividad, humor, visión reflexiva e ironía.

Su canal de TV (Onion News Network) y programas de radio cuentan con una buena producción.


ONN (Onion News Network)

A continuación un par de citas (traducidas) de las más recientes publicaciones:

Para Apple

"Estoy orgulloso de presentar en este día, para aquellos que realmente lo merecen, el más increíble de nuestros iPhones", anunció el el presidente ejecutivo de Apple, Steve Jobs, mientras extendía su palma izquierda -aparentemente vacía- en dirección de un público que lucía impaciente. "No solamente es nuestro modelo menos pesado y más ligero, sino que, como cualquier comprador fiel de Apple podría apreciar, es además el más atractivo que hayamos diseñado jamás".

Julio 28, 2009. "Apple declara que su nuevo iPhone será visible solo para los más fieles de sus clientes"

Para Twitter

"El creador, Jack Dorsey, se manifesto desconcertado tras descubrir que su sitio web de microblogging, Twitter, se estaba usando de manera pertinente para difundir información durante los recientes conflictos en Iran. “Twitter estaba pensado para que los ociosos y egoistas pudiertan compartir su pensamientos más banales e idiotas con cualquier sujeto que fuera lo suficientemente patético como para leerlos”, dijo Dorsey visiblemente consternado…"

Junio 24, 2009. "Creador de Twitter en Iran: Nunca quise que Twitter fuera útil"

Backstreet fan, ¿y qué?

Brian, Nick, A.J. y Howie. Pobres niños tontos.

El que esté libre de haber tenido un interés vergonzoso en algún momento de su vida que tire la primera piedra.

Yo no soy la excepción. Confieso que en mi temprana adolescencia fui admiradora (con vestiduras rasgadas y todo el
show) de los Backstreet Boys. Los chicos de la calle trasera, alright.

Los efectos de la música comercial me habían convertido en una pequeña grupie y no fue sino hasta que llegué a verlos, en vivo y en directo,
live from Washington D.C. en el MCI Centre, que el desencanto me quitó el velo de los ojos y aprendí a reconocerlos como lo que eran: unos musiquillos recogidos de la calle de atrás.

Coreografías impecables, disfraces que parecían sacados de Disneylandia, escenografías de cientos de miles de dólares, canciones cuyo estribillo era similar al del sencillo del disco anterior y gringuitas escandalosas que se tatuaban los nombres de Nick, A.J., Brian, Kevin, Howie en el pecho, era lo que envolvía el universo de una fanática de los
boy bands de finales de los noventa.

Alta traición: Si eras fan de los BSB el pecado capital era escuchar a los NSYNC y viceversa, los que vinieron después ni siquiera merecían la pena de ser celados por la mediocridad de sus canciones y burdos intentos de copia de los príncipes que se disputaban la corona.

Y pensar que al final se quedó sólo Justin. Ni NSYNC, ni Backsteet Boys.

Aunque la devoción fue decreciendo a medida que aumentaba mi edad, no voy a negar que seguía comprando sus álbumes. Al principio con un sincero interés de apoyarlos y descubrir qué nuevo material tenían para el mercado, pero al final del día era más el morbo que la lealtad lo que me empujaba, ya no a comprar, sino a descargar –ilícitamente, si vale la pena mencionarlo- sus últimos sencillos y por qué no el álbum completo (ahora todo es más fácil con los torrents).

Lo que queda hoy es un cariño (aún vergonzoso), una mirada maternal a esos juegos de niños que siguen llevando mis (otrora) mimados Backstreet. Los contemplo desde el centro del mundo con una nostalgia lastimera. Qué triste que sean tan comerciales, acaso en algún momento de sus carreras musicales les hubiera gustado caminar por las carreteras de la buena música.

Not.

Todo esto porque... hace apenas unas horas descubrí que acaban de oficializar su más reciente producción con un sencillo que promete ser una metamorfosis de su música: del pop al dance… Ah ya, qué sorpresa.

Straight through my heart (sí, suena al Straight from the heart de Bryan Adams), un single que, probablemente no interese a ninguno de los lectores de este blog y es otra de esas melodías melifluas y pegajosas que se escuchan solo por novelería.

Lo mismo ocurre con el resto del álbum. Además de que en ocasiones suenan como una mala copia de Chris Brown, repiten los mismos acordes, efectos de sonido y letras que aparecían en la producción anterior. Bueno, no hay que condenarlos, talvez en algo han cambiado pero siguen siendo un equipo –que se redujo a cuatro integrantes desde el disco anterior, chao, Kevin- bien fabricado para los oídos light de antiguas o nuevas fanáticas de los Boy Bands (ahora me excluyo).

Con una mirada lastimera recorro las letras de las canciones en algún
site de lyrics y me encuentro con las mismas ideas que no cesan de repetirse: oh nena, me has roto el corazón, sin ti no podría vivir, me has disparado a quemarropa y estoy sangrando por tu amor, adiós amor y un repertorio interminable de lugares comunes que me ponen los pelitos de gallina. Brrrr.

Chao Nick, chao A.J., chao Brian… chao Howie.

Buona fortuna, seguramente les irá bien con las ventas.

Chao Peterpanes.

Aira en Guayaquil

(para entrar en contexto)
En este mes de julio se celebró en Guayaquil la feria del libro (Expolibro) que contó con la presencia de algunos escritores ecuatorianos y unos pocos internacionales. Entre los extranjeros que nos visitaron estuvo el argentino César Aira, considerado como “EL” personaje no solo porque fuera su primera visita a Guayaquil sino porque es uno de los principales exponentes contemporáneos de la literatura argentina.


De su intervención en la tarde del sábado 11 de julio llamó mi atención su manera de plantear el ejercicio de la escritura (narrativa en este caso): la aproximación al texto.
Hay quienes abogan por la planificación y la narración bien premeditada y organizada. Él, por contraste habló de un solo requisito para salir al encuentro de las palabras: un disparo basta para entrar a narrar y encaminarnos por las sendas de las historias.

No hay guiones establecidos en la cabeza del autor. Sobre la marcha se van reconociendo personajes, llevándose a cabo las acciones, conflictos o desenlaces. Esto no significa que no haya un ejercicio del pensamiento que provea una conexión lógica entre los sucesos, no, pero es -talvez- una manera más libre de relacionarse con la escritura.

Me encuentro identificada al coincidir en su proceder. No siempre, pero suele pasar. Hay un momento clave que viene para anunciarnos la llegada de una idea: una frase, una imagen, una persona, un evento, un pensamiento y… ¡voilá! Ese es el gatillo. Nos sentamos sobre el papel... Los dedos empiezan a moverse vertiginosamente sobre el teclado. O sea, escribimos desde las vísceras.

También nos decía que el no se retracta. César Aira no se corrige a sí mismo, solo espera enmedar cuando llegue el próximo encuentro con las palabras.

Sin más preámbulos, comparto un breve relato de este autor que llamó mi atención y me pregunto: ¿cuál habrá sido el pequeño disparo para esta narración?


*****

El carrito 

Uno de los carritos de un gran supermercado del barrio donde yo vivía rodaba solo, sin que nadie lo empujara. Era un carrito igual que todos los otros: de alambre grueso, con cuatro rueditas de goma (las de adelante un poco más juntas que las de atrás, lo que le daba su forma característica) y un caño cubierto de plástico rojo brillante desde el que se lo manejaba. Tan igual era a todos los demás que no se lo distinguía por nada. Era un supermercado enorme, el más grande del barrio, y el más concurrido, así que tenía más de doscientos carritos. Pero el que digo era el único que se movía por sí mismo. Lo hacía con infinita discreción: en el vértigo que dominaba el establecimiento desde que abría hasta que cerraba, y no hablemos de las horas pico, su movimiento pasaba inadvertido. Lo usaban como a todos los demás, lo cargaban de comida, bebidas y artículos de limpieza, lo descargaban en las cajas, lo empujaban de prisa de góndola en góndola, y si en algún momento lo soltaban y lo veían deslizarse un milímetro o dos, creían que era por la inercia.

Solamente de noche, en la calma tan extraña de ese lugar atareadísimo, se hacía perceptible el prodigio, pero no había nadie para admirarlo. Apenas si de vez en cuando algún repositor, de los que empezaban su trabajo al amanecer, se sorprendía de encontrarlo perdido allá en el fondo, junto a la heladera de los supercongelados o entre las oscuras estanterías de los vinos. Y suponían, naturalmente, que se lo habían dejado olvidado allí la noche anterior. El super era tan grande y laberíntico que no tenía nada de raro, ese olvido. Si en esa ocasión, al encontrarlo, lo veían avanzar, y si es que notaban ese avance, que eran tan poco notable como el del minutero de un reloj, se lo explicaban pensando en un desnivel del piso o en una corriente de aire. En realidad, el carrito se había pasado la noche dando vueltas por los pasillos entre las góndolas, lento y silencioso como un astro, sin tropezar nunca, y sin detenerse. Recorría su dominio, misterioso, inexplicable, su esencia milagrosa disimulada en la trivialidad de un carrito de supermercado como todos.

Tanto los empleados como los clientes estaban demasiado ocupados para apreciar este fenómeno secreto, que por lo demás no afectaba a nadie ni a nada. Yo fui el único en descubrirlo, creo. O más bien, estoy seguro: la atención es un bien escaso entre los humanos, y en este asunto se necesitaba mucha. No se lo dije a nadie, porque se parecía demasiado a una de esas fantasías que se me suelen ocurrir, que me han hecho fama de loco. De tantos años de ir a hacer las compras a ese lugar, aprendí a reconocerlo, a mi carrito, por una pequeña muesca que tenía en la barra; salvo que no tenía que mirar la muesca, porque ya de lejos algo me indicaba que era él. Un soplo de alegría y confianza me recorría al identificarlo. Lo consideraba una especie de amigo, un objeto amigo, quizás porque en la naturaleza inerte de la cosa el carrito había incorporado ese temblor mínimo de vida a partir del cual todas las fantasías se hacían posibles. Quizás, en un rincón de mi subconciente, le estaba agradecido por su diferencia con todos los demás carritos del mundo civilizado, y por habérmela revelado a mí y a nadie más. Me gustaba imaginármelo en la soledad y el silencio de la medianoche, rodando lentísimo en la penumbra, como un pequeño barco agujereado que partía en busca de aventuras, de conocimiento, de amor (¿por qué no?). ¿Pero qué iba a encontrar, en ese banal paisaje, que era todo su mundo, de lácteos y verduras y fideos y gaseosas y latas de arvejas?
Y aún así no perdía la esperanza, y reanudaba sus navegaciones, o mejor dicho no las interrumpía nunca, como el que sabe que todo es en vano y aun así insiste. Insiste porque confía en la transformación de la vulgaridad cotidiana en sueño y portento. Creo que me identificaba con él, y creo que por esa identificación lo había descubierto. Es paradójico, pero yo que me siento tan lejos y tan distinto de mis colegas escritores, me sentía cerca de un carrito de supermercado. Hasta nuestras respectivas técnicas se parecían: el avance imperceptible que lleva lejos, la restricción a un horizonte limitado, la temática urbana. Él lo hacía mejor: era más secreto, más radical, más desinteresado.

Con estos antecedentes, podrá imaginarse mi sorpresa cuando lo oí hablar, o, para ser más preciso, cuando oí lo que dijo. Habría esperado cualquier cosa antes que su declaración. Sus palabras me atravesaron como una lanza de hielo y me hicieron reconsiderar toda la situación, empezando por la simpatía que me unía al carrito, y hasta la simpatía que me unía a mí mismo, o más en general la simpatía por el milagro. El hecho de que hablara no me sorprendió en sí mismo, porque lo esperaba. De pronto sentí que nuestra relación había madurado hasta el nivel del signo lingüístico. Supe que había llegado el momento de que me dijera algo (por ejemplo que me admiraba y me quería y que estaba de mi parte), y me incliné a su lado simulando atarme los cordones de los zapatos, de modo de poner la oreja contra el enrejado de alambre de su costado, y entonces pude oír su voz, en un susurro que venía del reverso del mundo y aun así sonaba perfectamente claro y articulado:

–Yo soy el Mal.

17 de marzo, 2004

Son mis seis de la tarde


La hora de la bestia es a las seis de la tarde.

Esta bestia tiene más de una hora, porque bien podría hacer de las suyas a las tres de la tarde de un domingo.

La bestia propicia sus horas para devorarnos la soledad y dejarnos más vacíos que si nos sintiéramos solos.

Existe indiscutiblemente para todos los paladares, en diferentes texturas, con diferentes nombres, sensaciones y apariencias.

Existe, y cuando se se siente es inaceptable.

No es la bestia, sino su hora que nos absorbe cuando el dominio de los sentidos es pleno, porque solo en la plena conciencia la bestia surge entre esas tienieblas que nosotros mismos permitimos que se formen dentro la habitación, aun cuando es de día.

La hora de la bestia me sucede ahora: son mis seis de la tarde en este martes.

Cuál es tu hora de la bestia.

Bienvenu

Un espacio privado para compartir con lectores invisibles.