Brian, Nick, A.J. y Howie. Pobres niños tontos.
El que esté libre de haber tenido un interés vergonzoso en algún momento de su vida que tire la primera piedra.
Yo no soy la excepción. Confieso que en mi temprana adolescencia fui admiradora (con vestiduras rasgadas y todo el show) de los Backstreet Boys. Los chicos de la calle trasera, alright.
Los efectos de la música comercial me habían convertido en una pequeña grupie y no fue sino hasta que llegué a verlos, en vivo y en directo, live from Washington D.C. en el MCI Centre, que el desencanto me quitó el velo de los ojos y aprendí a reconocerlos como lo que eran: unos musiquillos recogidos de la calle de atrás.
Coreografías impecables, disfraces que parecían sacados de Disneylandia, escenografías de cientos de miles de dólares, canciones cuyo estribillo era similar al del sencillo del disco anterior y gringuitas escandalosas que se tatuaban los nombres de Nick, A.J., Brian, Kevin, Howie en el pecho, era lo que envolvía el universo de una fanática de los boy bands de finales de los noventa.
Alta traición: Si eras fan de los BSB el pecado capital era escuchar a los NSYNC y viceversa, los que vinieron después ni siquiera merecían la pena de ser celados por la mediocridad de sus canciones y burdos intentos de copia de los príncipes que se disputaban la corona.
Y pensar que al final se quedó sólo Justin. Ni NSYNC, ni Backsteet Boys.
Aunque la devoción fue decreciendo a medida que aumentaba mi edad, no voy a negar que seguía comprando sus álbumes. Al principio con un sincero interés de apoyarlos y descubrir qué nuevo material tenían para el mercado, pero al final del día era más el morbo que la lealtad lo que me empujaba, ya no a comprar, sino a descargar –ilícitamente, si vale la pena mencionarlo- sus últimos sencillos y por qué no el álbum completo (ahora todo es más fácil con los torrents).
Lo que queda hoy es un cariño (aún vergonzoso), una mirada maternal a esos juegos de niños que siguen llevando mis (otrora) mimados Backstreet. Los contemplo desde el centro del mundo con una nostalgia lastimera. Qué triste que sean tan comerciales, acaso en algún momento de sus carreras musicales les hubiera gustado caminar por las carreteras de la buena música.
Yo no soy la excepción. Confieso que en mi temprana adolescencia fui admiradora (con vestiduras rasgadas y todo el show) de los Backstreet Boys. Los chicos de la calle trasera, alright.
Los efectos de la música comercial me habían convertido en una pequeña grupie y no fue sino hasta que llegué a verlos, en vivo y en directo, live from Washington D.C. en el MCI Centre, que el desencanto me quitó el velo de los ojos y aprendí a reconocerlos como lo que eran: unos musiquillos recogidos de la calle de atrás.
Coreografías impecables, disfraces que parecían sacados de Disneylandia, escenografías de cientos de miles de dólares, canciones cuyo estribillo era similar al del sencillo del disco anterior y gringuitas escandalosas que se tatuaban los nombres de Nick, A.J., Brian, Kevin, Howie en el pecho, era lo que envolvía el universo de una fanática de los boy bands de finales de los noventa.
Alta traición: Si eras fan de los BSB el pecado capital era escuchar a los NSYNC y viceversa, los que vinieron después ni siquiera merecían la pena de ser celados por la mediocridad de sus canciones y burdos intentos de copia de los príncipes que se disputaban la corona.
Y pensar que al final se quedó sólo Justin. Ni NSYNC, ni Backsteet Boys.
Aunque la devoción fue decreciendo a medida que aumentaba mi edad, no voy a negar que seguía comprando sus álbumes. Al principio con un sincero interés de apoyarlos y descubrir qué nuevo material tenían para el mercado, pero al final del día era más el morbo que la lealtad lo que me empujaba, ya no a comprar, sino a descargar –ilícitamente, si vale la pena mencionarlo- sus últimos sencillos y por qué no el álbum completo (ahora todo es más fácil con los torrents).
Lo que queda hoy es un cariño (aún vergonzoso), una mirada maternal a esos juegos de niños que siguen llevando mis (otrora) mimados Backstreet. Los contemplo desde el centro del mundo con una nostalgia lastimera. Qué triste que sean tan comerciales, acaso en algún momento de sus carreras musicales les hubiera gustado caminar por las carreteras de la buena música.
Not.
Todo esto porque... hace apenas unas horas descubrí que acaban de oficializar su más reciente producción con un sencillo que promete ser una metamorfosis de su música: del pop al dance… Ah ya, qué sorpresa.
Straight through my heart (sí, suena al Straight from the heart de Bryan Adams), un single que, probablemente no interese a ninguno de los lectores de este blog y es otra de esas melodías melifluas y pegajosas que se escuchan solo por novelería.
Lo mismo ocurre con el resto del álbum. Además de que en ocasiones suenan como una mala copia de Chris Brown, repiten los mismos acordes, efectos de sonido y letras que aparecían en la producción anterior. Bueno, no hay que condenarlos, talvez en algo han cambiado pero siguen siendo un equipo –que se redujo a cuatro integrantes desde el disco anterior, chao, Kevin- bien fabricado para los oídos light de antiguas o nuevas fanáticas de los Boy Bands (ahora me excluyo).
Con una mirada lastimera recorro las letras de las canciones en algún site de lyrics y me encuentro con las mismas ideas que no cesan de repetirse: oh nena, me has roto el corazón, sin ti no podría vivir, me has disparado a quemarropa y estoy sangrando por tu amor, adiós amor y un repertorio interminable de lugares comunes que me ponen los pelitos de gallina. Brrrr.
Con una mirada lastimera recorro las letras de las canciones en algún site de lyrics y me encuentro con las mismas ideas que no cesan de repetirse: oh nena, me has roto el corazón, sin ti no podría vivir, me has disparado a quemarropa y estoy sangrando por tu amor, adiós amor y un repertorio interminable de lugares comunes que me ponen los pelitos de gallina. Brrrr.
Chao Nick, chao A.J., chao Brian… chao Howie.
Buona fortuna, seguramente les irá bien con las ventas.
Chao Peterpanes.
0 comentarios:
Publicar un comentario