Peter Pedrito

En el estudio una sombra se paseaba. Eran apenas las ocho de la noche de un martes ordinario.

-Pedrito ya comenzó a molestar- le dije a mi hermana-, anda cierra la puerta, por favor, necesito concentrarme para estudiar. Me distrae.

La planta alta de mi casa tiene cuatro habitaciones: la de mi hermano, otra de mis padres, la que comparto con mi hermana y el cuarto de estudio. Muy poco es el estudio que allí se ha hecho ya que meses después de la mudanza se convirtió en una bodega de libros no leídos y trabajos viejos del colegio o la universidad. En mi casa tenemos la manía de archivarlo todo, aunque en realidad nunca volviéramos a necesitar de esos documentos, ahí quedan apilados.

Mi hermana, por ejemplo, quien estudia por lo menos diez horas de las quince que permanece despierta, solo lo hace en nuestra habitación. Está en el primer semestre de medicina y ya supera el promedio de calificaciones de su generación. Solo estudia, no vive.

Si bien no me molesta que se pase murmurando entre dientes las lecciones de anatomía práctica mientras duerme y yo armo maquetas para algún nuevo proyecto; se me está formando una úlcera en el estómago por culpa de todos esos huesos con los que se queda dormida sobre la cama –para el estudio de anatomía teórica- y los videos que nos muestra, a mi madre y a mi, de unos fetos mal desarrollados que utiliza para aprender de embriología práctica:

-¡Mira este! Es deslumbrante, no se le desarrolló el cerebro.

Yo creo que solo un poco de morbo me mueve para curiosear en la pantalla de la computadora ese color verdoso o morado de la piel y en aquella ocasión, una especie de Frankestein en miniatura cuyo encéfalo se había evaporado, dejándole la cabeza chata hasta la altura de las cejas. Lo cierto es que uno acaba por familiarizarse con estas mañas de los aspirantes a médicos y me digo: todo sea por la salvación de la humanidad. Quién sabe si mi hermana acaba siendo algo parecido a Alexander Flemming.

Pedrito llegó a mi casa como herencia, antes era de la prima de una prima que ya está en sexto semestre de medicina. Cuando le pregunté a mi hermana que de dónde lo había sacado, levantó los hombros con displicencia.

-Creo que es de los clandestinos- respondió y luego siguió murmurando algo sobre el omohioideo mientras yo pensaba en los nombres raros que tenemos todos adentro. Otra de las cosas que mi hermana ha dejado de hacer desde que llegó Pedrito a casa es sociabilizar. Talvez es una consecuencia de la no-vida que le toca llevar pero lo cierto es que ahora es incapaz de mantener un diálogo que supere una respuesta corta de seis palabras.

Como ella nunca me quiso explicar de dónde venía ni quién era Pedrito, tuve que averiguarlo por cuenta propia en aras de preservar mi sanidad mental. Un día pretendí ser simpática e invité a la prima de mi prima a tomar un café con la excusa de que estaba interesada en comprar el auto que acababa de poner en venta. Fuimos a la cafetería de la facultad de medicina y allí me encontré con un grupo de estudiantes que discutían sobre la suma que debían reunir para la compra de un cadáver.

-Son de primer año- dijo Pía, la prima de mi prima, y me explicó que a todos los estudiantes de medicina les tocaba comprar un muerto en algún momento de la carrera. Yo le conté que estaba familiarizada con el tema porque tenía a mi hermana menor en casa revolcándose todas las noches con sus huesos mugrientos.

-Ah, Pedrito –sonrió. Ahí descubrí su nombre.

Después de que se terminó el café y me mostró su carro, le confesé que me interesaba mucho la historia de Pedrito.

-A veces lo extraño –bromeó, o por lo menos parecía estar bromeando, no creo que hablara en serio. Ya empezaba a oscurecer cuando me señaló las piscinas de formol de la facultad y nos sentamos en el filo de la vereda.- Esas son las piscinas de formol. Allí están los legales, o por lo menos los no enterrados, los no deseados, los no encontrados, los llaman de diferentes maneras. La verdad nunca me interesé por el submundo de las piscinas de formol, estaba más dedicada a estudiar. Hay otros que se pasan horas escuchando las historias del Comemuertos -yo enarqué una ceja- el tipo que cuida las piscinas, es el tipo de mantenimiento de los cadáveres.

Como se le hacía tarde para su turno en el hospital, le pedí que me dejara en la parada de bus.

-¿Y si no son legales?

-Son clandestinos- Pía conservó la misma discreción de mi hermana.

-¡Cuál es el secreto!- creo que le pareció graciosa mi desesperación por conocer las leyendas de la facultad de medicina. Se echó a reír y luego explicó muy animada que si no tienes plata, le pasas un billete al guardia del cementerio general. Él se encarga de darles “una mano” a los estudiantes y listo. Naturalmente, no debe ser muy bien visto que la gente robe muertos de otros, pero las circunstancias apremian. Eso dijo ella. Un cadáver fresco como los de las piscinas puede costar alrededor de cuatrocientos dólares. Por eso los clandestinos son siempre una alternativa económica y Pedrito resultó ser uno de ellos: clandestino y económico. Con razón había salido malo y hacía ruidos en la noche.

-Pero tranquila,- me dijo mientras me bajaba del auto-, Pedrito es pana.

Decidí visitar al guardia del cementerio pero me aseguré de que fuera durante el día. Después de seguirle la pista preguntando a más de un huérfano y a algunas viudas, descubrí a un tipo regordete con una gorra del partido de derecha, una camiseta blanca teñida de negro en las axilas y unos zapatos que parecían robados de los cables de electricidad, de esos que cuelgan los peloteros en las calles del centro después de perder un partido. Leía un diario sensacionalista junto a una tumba mal sellada. Sus manos, cubiertas de cicatrices, estaban embarradas de lodo y hedían a formol. Él mismo se delató.

-Quería comprarle un muerto, me dijeron que usted me podía ayudar. Vengo recomendada de la facultad de la universidad estatal, no sé cómo podemos arreglar.

Antes de hablar enarcó una ceja y se acomodó la gorra.

-Para usted, mi niña, se lo dejo en tres cincuenta- no estaba familiarizada con las tarifas pero una diferencia de cincuenta dólares no me sonaba económica –vea, tengo uno que acaba de salir, digo, entrar esta tarde. Se lo tengo listo de aquí a dos días, vea.

Poco me interesaba su oferta, no le iba a comprar nada, más me intrigaba pensar en qué harían los deudos si se enteraban que lo que visitaban no eran más que un montón de nichos y cajas vacías. Aquello fue suficiente para comprender los orígenes de Pedrito. Me excusé explicando que iba a hacer una vaca con mis otros compañeros y que en cuanto hubiéramos reunido el dinero le avisaba para que nos hiciera una nueva oferta.

-Estamos para servirle, mi niña.


"Soy una herramienta de estudio". (Peter Pedrito)

Nadie cree en los muertos que penan hasta que uno le pena en su propia casa. A Pedrito, que no era más que una bolsa de huesos humanos acomodados en una gaveta de plástico, lo habían arrinconado entre las pilas de carpetas del estudio. El estudio es la puerta contigua a mi habitación, o sea que lo tenía bien cerca. Pero no todas las noches se manifestaba, solo cuando uno menos quería.

-Maricona- mi hermana me calificó de cobarde en una discusión que tuvimos una noche en que yo había decidido trabajar en el estudio con mis maquetas.

-Cómo crees que me voy a amanecer trabajando, cuando todos están durmiendo y yo casi en la penumbra con Pedrito mirándome al lado- se negaba a moverlo de sitio.

-Justo ahora se te antoja- gritó.

La primera noche que pasé a solas con Pedrito en el estudio decidí que si íbamos a compartir las habitación, teníamos que hacernos amigos. Resolví que seríamos “panas”, como había dicho Pía. Si tienes un muerto en tu casa: hazlo tu amigo. Hasta entonces yo no había visto ni sentido nada, pero la noche siguiente mi madre me despertó con su botella de agua bendita en la mano y luego empezó a salpicar todo el cuarto. Me sacó de la cama para obligarme a que la acompañara hasta el estudio. Allí también roció la gaveta plástica e invocó a San Benito para que se llevara a los espíritus malos.

-Y si no eres malo, Pedrito, y nos estas pidiendo una misa, mañana mismo te la hacemos, pero déjanos dormir en paz- cerró el estudio con llave, pues juraba que la puerta se había abierto y cerrado sola en repetidas ocasiones. Yo nunca vi, ni escuché nada.

Me convencí de que Pedrito era pana cuando intentaron robar en la casa. Un fin de semana en que salimos y dejamos al perro y a Pedrito a solas cuidado la casa, regresamos para encontrar la ventana del estudio destrozada. La casa estaba intacta, había huellas de sangre en las paredes exteriores y Pedrito se había cambiado de lugar. Nunca sabremos si él mismo se movió o si el ladrón pensó que en la bolsa guardábamos las joyas de la familia, pero ahí estaba él, afuera de  su gaveta plomo, en medio de la habitación y no arrinconado como de costumbre.

Mi abuela decía que es bueno guardar un hueso de muerto en casa para ahuyentar a los ladrones. No quiero imaginar lo que hace un saco completo de huesos contra un tumbapuertas.

Desde aquel episodio toda la familia terminó por aceptar la presencia de Pedrito con más humor que con miedo. Su compañía se volvió casi natural en mis horas de trabajo, encerrada a solas con él en el estudio. En algunas ocasiones una cortina se movía sola, la puerta se balanceaba o se caía alguna carpeta de la repisa. A medida que pasaba el tiempo, Pedrito perdió la timidez y yo le perdí el miedo. Pedrito era solo eso: un saco de huesos que cuando le apetecía tomaba cuerpo en sombras, vientos, ruidos. Claro, siempre le apetecía cuando el sol ya no estaba.

Ese día, a las ocho de la noche, después de mandar a mi hermana que encerrara a Pedrito en su pobre soledad de muerto convertido en objeto de estudio, sentí culpa. Creo que se resintió.

Mientras luchaba contra el sueño, él se hizo sentir en la habitación contigua. Fue mi turno de salpicar el cuarto con agua bendita aunque en realidad no entendía el sentido del ritual pero lo cierto es que lograba acallarlo hasta la noche siguiente. Desperté cuando el sol no terminaba de salir. Una mano me acariciaba la frente. Estando aun entre el letargo y una ligera conciencia me viré esperando encontrar a mi padre o a mi madre poseídos en alguno de sus arranques de cariño. No estaban.

Mi hermana roncaba en su cama y me encontré a Pedrito regado sobre la cama. La puerta del estudio estaba abierta y la gaveta destapada. Los muertos joden, pensé.

-No me vengas con mañoserías, Pedrito- tenía que hablarle en voz alta para que entendiera. Entonces azoté la puerta y me encogí nuevamente entre las sábanas.

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