Casi todos los negocios de la calle estaban cerrados pero alcancé a curiosear en un pequeño negocio de antigüedades chinas, tailandesas, taiwanesas. Ya no lo recuerdo. Antes de que pudiera reposar mi mano sobre alguno de los artículos, llamaron para que ocupásemos la mesa que se nos había asignado. En realidad solo había dos mesas. Con esfuerzo se llega al plural.
Refuge des Fondus es una suerte de corredor en miniatura. Al entrar, dos mesas alargadas se ubican a derecha e izquierda y los grupos de “comensales” acaban por mezclarse unos con otros. Nos sentamos juntos, pero no revueltos.
El ritual empieza justo cuando el maître –si se lo puede llamar así-, vestido con un suéter gris y un delantal blanco embarrado con alguna salsa, nos da la bienvenida con un francés atropellado.
-Allez les filles- ordenó que colocásemos los abrigos y bolsos al final del corredor, justo frente a la cocina.
En fila india llegamos a depositar nuestras pertenencias y así mismo regresamos –el camino era estrecho- para ocupar los asientos. Hay dos alternativas: sentarse de espaldas al pasillo o de espaldas a la pared, que por cierto está muy bien ornamentada con billones de firmas de los visitantes que han pasado por allí. De hecho la decoración del lugar no es más que eso: techo y paredes de un material que se asemeja a un pizarrón negro de tiza que acumula una colección infinita de colores, caligrafías y mensajes que seguramente provienen de un millón quinientos setenta mil rincones del universo.
Hace falta ser un hábil malabarista con las piernas, bueno casi.
-Up, up- el maître preparó una de las sillas para que hiciera las veces de escalón antes de dar un brinco (por encima de la mesa) y llegar a sentarme de espaldas a la pared. Para su fortuna, mi vecina de asiento (que traía un vestido) hizo un movimiento en falso y acabó por revelar sus “interiores” rosados (il faut faire attention!).
En cuanto al menú, solo hay una pregunta:
-Viande o frommage?- es decir, carne o queso.
Antes de que llegue el “plato fuerte” un otro garçon aparece para repartir los aperitivos y preguntar por nuestras bebidas que a los pocos minutos llegan servidas en biberones. Ya sea vino tino o blanco, una gaseosa o agua, vienen servidos en biberones de 240 ml., a menos de que uno sea “asquiento”.
-Un vaso, por favor- es sencillo, ellos no se complican si algunos se repugnan con la idea de beber de la misma "teta" que ha tocado los labios de quién sabe cuántos sujetos que podrían padecer de cualquier enfermedad tropical.
En caso de que le interese, es posible divisar, desde cualquier sitio, cómo limpian los biberones.
La misma estrechez del corredor se traslada a los asientos en donde se batalla para atrapar un pedazo de carne o de pan y sumergirlo dentro de las ollas de queso. Todo aquello es parte de un ritual que lo viven principalmente jóvenes turistas, estudiantes o locales en un ambiente folclórico parisino.
No es recomendado para exquisitos o para los que prefieren seguir con estricto rigor los protocolos de etiqueta en la mesa.
El costo del menú es de €18 euros.
No tengo un registro propio de mi visita pero creo que este video sirve para darnos una idea clara sobre la experiencia en Refuge de Fondus.
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