Consejos prácticos para el acto

He aquí que un hecho cómplice ha acogido a dos amantes; pero quédate fuera ¡oh Musa! ante las puertas cerradas de la habitación. Sin ti, por su propia espontaneidad se dirán palabras muchísimas y en el lecho la mano izquierda no permanecerá inactiva; los dedos hallarán qué hacer en aquellas partes en las que misteriosamente el amor templa sus flechas. Esto hizo primero en Andrómaca el muy valiente Héctor y no fue sólo útil para los combates; lo mismo hizo en su esclava Lirneso el inconmesurable Aquiles, cuando, fatigado del encuentro con el enemigo, reposaba en el blando lecho. Tú, Briseida, consentías ser tocada por aquellas manos que siempre estaban teñidas de sangre frigia. ¿Acaso, voluptuosa, es esto mismo lo que te gustaba: el que las manos victoriosas se arriman a tus miembros?
Cræeme, no debe apresurarse el placer de Venus, sino que debe llegarse con la delicia de un retardo que la vaya difiriendo. Cuando hayas encontrado las partes con las que la mujer goza al acariciárcelas, que el pudor no te impida que las acaricies menos; cuando vieres que sus ojos brilla con tembloroso fulgor, como el sol a menudo reverbera en la superficie del agua, llegarán las quejas, llegará el leve murmullo y los suaves gemidos y las palabras del propias del juego. Pero ni tú dejes atrás a la mujer, desplegando mayores velas que tu amada, ni que ella se te adelante en tu marcha; alcanzad la meta al mismo tiempo. La plenitud del placer se consigue cuando la mujer y el hombre yacen vencidos los dos a la vez. Debes conseguir esta uniformidad, cuando se te ofrezca el libre ocio y no te haga apresurar tu encuentro furtivo ninguna clase de temor; cuando peligra la tardanza, es útil que te apoyes con fuerza en los remos y piques espuela a tu caballo lanzado a galope.

Publio Ovidio, El Arte de Amar

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